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La deforestación fomenta las enfermedades por contagio animal y puede provocar la próxima pandemia

La deforestación propicia el contacto entre la fauna silvestre y las personas, a su vez este contacto fomenta la aparición de enfermedades zoonóticas. El 60% de las nuevas enfermedades infecciosas que surgen en el sapiens, incluyendo el VIH o el Ébola, provienen de los animales que viven en los bosques.

Recientemente, la Asociación -Española- de Empresas de Sanidad Ambiental organizó la jornada sobre “Organismos de Riesgo para la Salud Pública”, en la que varios expertos analizaron las inminentes amenazas para la salud pública provenientes de la fauna silvestre.

Allí Javier Lucientes, catedrático de la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Zaragoza, apuntó a la deforestación, al cambio climático y a la globalización como las principales causas de la aparición de enfermedades zoonóticas. 

La deforestación generada para obtener terrenos cultivables y/o urbanizables ha propiciado que la fauna silvestre entre en contacto con los humanos, y muchas especies son portadoras de enfermedades a las que no estamos adaptados como especie. 

La globalización, por su parte, ayuda a propagar estas enfermedades y son un factor clave para el surgimiento de nuevas pandemias. Además, el cambio climático obliga a las especies a migrar a nuevos territorios, fomentando la transmisión de enfermedades de animales a humanos. 

Ejemplos sobre enfermedades infecciosas transmitidas de animales silvestres a humanos hay muchos, y la mayoría tienen a la deforestación como un factor clave para su desarrollo. En ese sentido, hay un amplio consenso científico en que el Covid – 19 es una enfermedad zoonótica, aunque aún no se ponen de acuerdo sobre cuál especie fue la que transmitió el virus, así que en este artículo tomaremos ejemplos más consensuados científicamente.  

En el año 1997, un incendio arrasó un área equivalente a la superficie de La Pampa para dar paso a la agricultura en Indonesia. Los árboles que sobrevivieron a las llamas quedaron muy débiles y no produjeron frutas por cierto tiempo, por ende los murciélagos de fruta que habitaban el lugar no tuvieron otra opción que migrar en busca de comida, llevando consigo una enfermedad mortal.

Estos murciélagos se asentaron en las áreas semi-urbanas de Malasia, poco tiempo después los cerdos que eran criados allí comenzaron a enfermarse, presuntamente por comer las frutas caídas que los murciélagos habían mordisqueado. Dos años más tarde, 265 personas habían desarrollado una inflamación cerebral severa y 105 habían muerto: fue la primera aparición conocida del virus Nipah en los seres humanos, desde entonces ha causado brotes recurrentes en todo el sudeste asiatico. 

«Está bastante bien establecido que la deforestación puede ser un fuerte impulsor de la transmisión de enfermedades infecciosas», dice Andy MacDonald, ecólogo de enfermedades del Instituto de Investigación de la Tierra de la Universidad de California. «Es un juego de números: cuanto más degrademos y despejemos los hábitats forestales, más probable es que nos encontremos en estas situaciones donde ocurren epidemias de enfermedades infecciosas».

Sin embargo, a pesar de que los bosques y las selvas son una barrera natural que limitan el surgimiento de las enfermedades zoonóticas, que son ecosistemas fundamentales en el ciclo hídrico y que propician el equilibrio climático, las cifras de deforestación son exorbitantes. Tan solo en los primeros seis meses del 2022 la Amazonía perdió unos 3.750 kilómetros cuadrados de selva.


En ese sentido, los científicos han expresado su preocupación por que la próxima pandemia grave pueda surgir de los bosques de nuestro planeta.

Un estudio realizado en 2015 por los investigadores de Ecohealth Alliance, una organización sin fines de lucro con sede en Nueva York, señaló que casi uno de cada tres brotes de enfermedades nuevas y emergentes están vinculados a la deforestación y al cambio del uso del suelo. 

La mayoría de enfermedades zoonóticas provienen de animales que han evolucionado con estos patógenos, y que por ende están adaptados a ellos. Pero los humanos, al haber evolucionado sin entrar en contacto con estas enfermedades, somos muy vulnerables ante las mismas, y podemos contraerlas al aventurarnos en áreas remotas o al alterar el hábitat de las especies portadoras de las enfermedades. 

De hecho, el 60% de las nuevas enfermedades infecciosas que surgen en los humanos, incluido el VIH, el Ébola o el Nipah, tienen su origen en animales que viven en los bosques. 

Además de las enfermedades conocidas, los científicos están preocupados por aquellas que aún no se han descubierto y que podrían surgir en humanos a partir de la devastación y ‘colonización’ de los hábitats. Si estas enfermedades infectan a los humanos, desencadenar una pandemia sólo dependerá de su velocidad de transmisión. Además, con los medios de transportes actuales, que permiten ir de un continente a otro en tan solo horas, las enfermedades podrían propagarse rápidamente, como ocurrió a finales del 2019. 

Por esos motivos, la comunidad científica y los ambientalistas consideran que contener enfermedades es un servicio ecosistémico de los bosques, es decir: un beneficio que las personas obtienen de estos ecosistemas, al igual que la purificación del aire o su rol crucial en el ciclo hídrico. 

Por ejemplo, los investigadores de Ecohealth Alliance han detallado el costo exacto de la Malaria (también zoonótica) y descubrieron que, en promedio, el gobierno de Malasia gasta unos 5.000 dólares para tratar a cada paciente de malaria. 

En síntesis, la malaria provoca más gastos que los ingresos que genera la deforestación, deforestación que propició el surgimiento de la malaria. 

«Si podemos conservar el medio ambiente, entonces quizás también podamos proteger y preservar la salud«, dice MacDonald. «Estimo que eso es el lado positivo que debemos tener en cuenta».

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