Entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX se introdujeron en Argentina diversos tipos de truchas que perjudican a los ecosistemas y la fauna nativa. Sin embargo, a pesar de la evidencia científica acerca de los daños que provocan en la biodiversidad autóctona, las truchas aún se crían, liberan y protegen para fines comerciales y turísticos.

A principios de febrero este reportero se encontraba explorando el Río Azul en la zona de El Bolsón –Rio Negro-. Mientras caminaba admirando el agua cristalina del cauce y los paisajes del bosque andino me cruce con una familia local de pescadores. “¿Hay pique?”, les pregunte amistosamente; “Hoy es un buen día, pescamos bastante y aún nos quedan varias horas de luz”, contestó el padre de familia con una sonrisa de oreja a oreja. Intrigado por la fauna local le repregunté “¿Qué se pesca aquí?”; “Trucha arcoíris principalmente, a veces alguna trucha marrón. Cuando era niño pescaba más pejerreyes o percas, pero hoy rara vez se encuentran estos peces, no sé por qué”, respondió amablemente mientras lanzaba el señuelo.
Esa misma noche tuve el gusto de compartir una cena con un conservacionista de El Mallín Ahogado, y le consulté acerca de las truchas. “Esos peces no son de acá, vienen de Norteamérica, han desplazado a las especies autóctonas y se expanden rápidamente, yo los eh visto hasta en las acequias y los canales de riego”, replicó y añadió; “Pero deberías investigar sobre eso”. Seguí su sugerencia y surgió este texto.
El conservacionista tenía razón: las truchas provienen de Norteamérica, de la zona de las Montañas Rocallosas. Allí forman parte crucial del ecosistema y sirven como alimento para personas y animales; pero en el sur del continente causan un severo daño a las especies autóctonas de peces y anfibios.
La introducción de las truchas arcoíris en Argentina data del año 1895 en Tucumán, cuando Stewart Shipton, empresario inglés y primer intendente de Concepción, impulso la introducción, cría y liberación de truchas en diferentes ríos de la región. Posteriormente, en el año 1904, se importaron desde Estados Unidos huevos embrionados de trucha que se criaron y liberaron en la zona de San Carlos de Bariloche. ¿El objetivo? Utilizar la especie para fines comerciales y turísticos.
También se introdujeron otras especies de trucha, como la marrón y la de arroyo. Todas importadas desde miles de kilómetros de distancia.
En primera instancia la trucha fue introducida en el país para la piscicultura, es decir la cría de los peces y la venta de su carne como alimento. En segundo plano se introdujo para crear un nuevo atractivo turístico: la pesca deportiva. Los objetivos planteados se lograron, y a día de hoy hay granjas de trucha en la Patagonia, Cuyo y zonas del Norte Argentino, la piscicultura de trucha abastece al mercado interno, pero una gran parte es destinada a la exportación hacia Europa, Norteamérica y Asia. Lo mismo sucede en el turismo de pesca deportiva, tanto argentinos como extranjeros realizan expediciones en los ríos, lagos y diques para pescar truchas. En diferentes zonas la trucha, ya sea en piscicultura o en pesca deportiva, constituye un importante sustento económico. Para pescar truchas se llegan a pagar hasta 650 dólares diarios, incluyendo viajes, hospedaje, permisos de pesca, y viáticos. Según datos de la provincia de Neuquén (donde se pescó el ejemplar de trucha marrón más grande del país, con 16 kilos), el turismo de pesca genera en una temporada unos 7 millones de dólares. Mientras que la piscicultura genera otros cuantos millones. Una situación que se replica en Cuyo y en el Norte.

Es por la motivación lucrativa que las truchas son criadas, liberadas y protegidas por las autoridades competentes y por privados. En la provincia de San Luis, la Secretaría de Ambiente (que supuestamente debe velar por la protección de las especies nativas) mantiene un centro de cría de truchas, las libera en los ríos y arroyos y establece vedas de pesca para “conservar las poblaciones de peces”, de hecho en noviembre pasado se liberaron unos 1000 alevinos (crías de peces). En la Patagonia el número se multiplica exponencialmente, se liberan más de dos millones de alevinos para sostener las poblaciones silvestres. Una política de Estado que va en contramano a la evidencia científica.
De hecho, la trucha arcoíris (la más presente y distribuida del país) está incluida en la lista de las “100 especies exóticas invasoras más dañinas del mundo”, elaborada por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza –UICN-.
La trucha se alimenta de insectos acuáticos y terrestres, crustáceos, moluscos, anfibios y otros peces. En algunos ejemplares de trucha marrón se han hallado restos de aves y de roedores en sus estómagos. Eso genera un enorme daño hacia la fauna ictícola autóctona: por un lado, se alimenta de las especies nativas y por otro compite por el alimento con los peces originarios, eso ha provocado un desplazamiento de las especies nativas, por si fuera poco no tiene un predador natural que equilibre sus poblaciones. En Argentina los ríos con presencia de truchas generalmente tienen una abundancia baja o nula de peces autóctonos, por eso el pescador de El Bolsón hace años que no pesca un pejerrey o una perca.
La presencia de las truchas está relacionada con la paulatina disminución de las poblaciones de bagre otuno, púyen, mojarra, yusca y vieja del agua. Y se investiga si interfieren de alguna manera en la reproducción de los sábalos y los dorados, según afirma el doctor Marcos Mirande, ictiólogo e investigador del Conicet.
Además, la presencia de truchas también está relacionada con la disminución de poblaciones de anfibios. En 2020 una investigación del Conicet evidenció como las truchas perjudican a los anfibios de las Sierras de Córdoba. La investigación, publicada en la revista Aquatic Conservation: Marine and Freshwater Ecosystems, da cuenta de cómo la presencia de truchas perjudica a las poblaciones de Rana Trepadora Cordobesa –endémica- y Rana Escuercito.
“En aquellos arroyos donde hay invasión de truchas, prácticamente no es posible encontrar renacuajos o adultos” de estas especies, señala Julián Lescano, autor correspondiente del trabajo. La hipótesis de los investigadores sugiere que la ausencia de estos anfibios en algunos arroyos de Córdoba es que son depredados por las truchas, ya sea como renacuajos o como adultos.
Explican que estas especies son muy susceptibles a ser devoradas por las truchas por su falta de estrategias defensivas (porque evolucionaron sin la presencia de estos peces). Además, “los renacuajos tienen un desarrollo muy largo en el medio acuático, mayor a un año, lo que los deja muy expuestos frente a sus depredadores. Por eso su distribución esta tan condicionada por la de las truchas”, afirma Daniela Miloch, primera autora del estudio.
En efecto, en los lugares con presencia de truchas no se encontraron Ranas Trepadoras Cordobesas ni Ranas Escuercito, “se ha cortado tanto el ciclo reproductivo como el de desarrollo”, añade. Solo se las hallaron en las zonas donde estos peces no pudieron llegar por las características geomorfológicas de las sierras, obstáculos como saltos y cascadas que frenan el avance de las truchas.
La investigación advierte que la desaparición paulatina de estos anfibios, más allá del valor de conservación de cada especie, perjudica a los ecosistemas. Por ejemplo, los renacuajos de estas ranas se alimentan de las algas del fondo de los cauces, por lo que su desaparición puede alterar la calidad del agua y así modificar todo el ecosistema. Además, estos anfibios son presas importantes para otras especies de las sierras, por lo que su desaparición podría desencadenar un efecto en cadena.
Por eso recomiendan impedir la liberación de truchas en los arroyos de la zona, en especial en las zonas donde aún no se encuentran presentes. Otra de las sugerencias -ajenas al estudio- es dejar de proteger a la especie con vedas de pesca, eliminar los aranceles para la pesca de trucha y quitar los límites de ejemplares de pesca.
Esto no se hace porque la trucha genera millones de dólares en ganancias y constituye un rubro del que dependen miles de familias. Sin embargo, acerca del dilema costo-beneficio que significa la trucha en el país, Mirande señala que “hay que considerar dos cosas. Por un lado, cualquier cálculo de beneficios es falaz si se desprecian los costos. Y, por otro lado, no sabemos cómo sería el negocio de la pesca si se hubiese enfocado en las especies autóctonas”, así como el negocio de la piscicultura.
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