Hay un secreto que grita: casi todos los seres vivos de la tierra portamos veneno en nuestra sangre, incluido el 99% de la humanidad, el agua de lluvia no es potable y, en síntesis, estamos rodeados por un químico bioacumulable altamente tóxico. Esto se sabe gracias al trabajo de un tenaz abogado estadounidense: Rob Bilott.
Rob Bilott se dedicó a defender a los gigantes corporativos químicos durante ocho años, hasta que en 1998 representó la demanda de un granjero que cambió toda su carrera y desenmascaró una historia de décadas de contaminación química mundial.
A pesar de su apariencia de abogado modesto defensor de corporaciones, Rob Bilott no es un tipo cualquiera. Su padre era Teniente Coronel de la Fuerza Aérea de los EEUU y Rob pasó la mayor parte de su infancia moviéndose por diferentes bases militares del país, estudió en ocho escuelas hasta que se graduó en Fairborn High, en el estado de Ohio. Luego estudió Ciencias Políticas en una escuela de artes liberales llamada New College of Florida, una institución poco común para el Estados Unidos de Reagan, donde aprendió sobre artes y comenzó a valorar el pensamiento crítico. Se graduó y aspiraba a ser político.
Pero su padre, que se graduó en la Facultad de Derecho en avanzada edad, animó a Bilotti a hacer lo mismo. Rob sorprendió a todos cuando dijo que iba a estudiar leyes en la Facultad de Derecho de Ohio, durante sus estudios su materia favorita era el derecho ambiental, “parecía que tendría un impacto en el mundo real” el derecho ambiental es algo “que puedes hacer para marcar la diferencia”, dijo en comunicación con la revista New York Times.
Cuando se graduó, Taft Stettinius & Hollister -un bufete de abogados dedicado a defender a grandes corporaciones- convocó a Bilott, sus amigos y profesores de la escuela liberal se horrorizaron: no podían entender porque se uniría a una empresa corporativa. Rob no lo vio de esa manera, no reflexiono mucho en la ética de ello, “solo trate de conseguir el mejor trabajo que pude. Creo que no tenía ni idea de lo que eso implicaba”, dice.
Allí pidió unirse al equipo de derecho ambiental de la empresa y se convirtió en un experto en las regulaciones ambientales estadounidenses, durante ocho años Rob se dedicó a ayudar a los clientes (gigantes corporaciones químicas) a cumplir con las legislaciones ambientales. Pero en 1998 recibió una llamada de un granjero de Parkesburg, un pueblo de Virginia Occidental, quien denunciaba que sus vacas morían a mansalva por -presuntamente- la contaminación generada por un vertedero de residuos químicos de DuPont -empresa líder del sector-, el abogado podría haber desestimado la denuncia de no ser porque el granjero mencionó a Alma Holland White, la abuela de Bilott.
El granjero, Wilbur Tennant, le dijo al abogado que creía que DuPont era la responsable. Le explicó que había buscado ayuda localmente; pero la empresa era, en la práctica, la dueña de Parkesburg. Los abogados, los políticos, los periodistas y los veterinarios locales lo ignoraban. El bufete en el que trabajaba Bilott se dedicaba casi exclusivamente para gigantes corporativos y su especialidad era la defensa de empresas químicas, Bilott incluso había trabajado codo a codo con abogados de DuPont; pero como un favor a su abuela accedió a conocer al granjero. “Sentí que era lo correcto (..). Sentí que había una conexión con esa gente”, dice.
Aproximadamente una semana después de la llamada telefónica, Tennant condujo unos 120 kilómetros desde su granja hasta el centro de Cincinnati, donde se asentaba Taft. Llevó cajas de cartón repletas de videos, fotografías y documentos que graficaban la lamentable situación que vivían. En la reunión con los abogados, el ganadero explicó que él y sus cuatro hermanos administraban la granja desde que su padre los abandonó cuando eran niños, y agregó que su hermano Jim vendió su parte de la granja a DuPont para pagar tratamientos médicos de una enfermedad enigmática que los médicos no lograban diagnosticar. Jim trabajaba como obrero en la fábrica Washington Works de DuPont, y comenzó a enfermarse unos años después.
En esa parcela de unas 165 hectáreas DuPont instaló un vertedero de residuos químicos, por allí pasaba el río de donde bebían agua los animales de Tennant y, según explicó el granjero, su ganado comenzó a comportarse raro y a padecer enfermedades inusuales poco después de la venta. Luego, los abogados comenzaron a analizar los videos en donde se veían a los animales con comportamientos desquiciados, con patologías veterinarias inusuales, los árboles sin hojas y una extraña espuma blanca en el arroyo.
“Están tratando de encubrir estas cosas. Pero no se va a tapar, porque lo voy a sacar a la luz para que la gente lo vea”, dice Tennant en uno de los videos. En otra cinta se ve una tubería grande proveniente del vertedero que descarga en el arroyo un agua verde con burbujas en la superficie.
“Esto es malo (…), algo realmente malo está pasando aquí”, se dijo Bilott en ese momento. Luego de analizar los videos, las imágenes y los documentos, el abogado decidió tomar el caso de Tennant, “era lo correcto” asegura hoy.

Este caso puso a Taft en una posición muy inusual, pues este bufete se dedicaba a representar a las empresas químicas, no a demandarlas. “Pero no fue una decisión terriblemente difícil para nosotros. Creo firmemente que nuestro trabajo del lado de los demandantes nos convierte en mejores defensores”, dice Thomas Terp, director del área ambiental de Taft.
Para este caso Bilott busco la ayuda de Larry Winter, un abogado de Virginia Occidental. Durante muchos años Winter había trabajado en un bufete que representaba a DuPont, pero renunció a ese trabajo para trabajar como autónomo. Tanto Bilott como Winter conocían bien la legislación ambiental y las prácticas de las empresas químicas.
Luego de estudiar el caso durante meses, Bilott presentó una demanda federal contra DuPont en el verano del año 1999. En respuesta, el abogado interno de la empresa química, Bernard Reilly, informó que DuPont y la Agencia de Protección Ambiental -EPA, por sus siglas en inglés- encargarían un estudio de la propiedad encabezado por tres veterinarios contratados por la empresa y tres por el gobierno federal. El estudio no encontró a DuPont responsable por las muertes de los animales, al contrario, el documento señalaba que la causa era la crianza deficiente: “mala nutrición, atención veterinaria inadecuada y falta de control de moscas”, decía el estudio en contra de Tennant. En otras palabras, el granjero no sabía criar el ganado, si las vacas se morían era culpa de él.
El informe enfureció a Tennant, y pronto la familia comenzó a sentir las consecuencias de demandar al principal empleador de la zona: los amigos de toda la vida los ignoraban, cuando la familia entraba a un restaurante los vecinos salían del lugar y en varias ocasiones la familia tuvo que cambiar de iglesia, relatan.
Con un juicio casi inminente, Bilott encontró una carta que DuPont había enviado a la EPA en la que se mencionaba que en el vertedero se encontraba una sustancia llamada “PFOA”. En toda su experiencia como defensor de corporaciones químicas y estudioso de leyes ambientales él abogado nunca había oído hablar de tal compuesto, además no aparecía en ninguna lista de sustancias reguladas ni en la biblioteca interna de Taft. Sin embargo, el experto en química que había contratado para el caso recordaba vagamente un artículo científico que hablaba sobre un compuesto de nombre similar: PFOS, un agente similar al jabón utilizado por el conglomerado tecnológico 3M.
Indagando, Bilott descubrió que PFOA es la abreviatura de ácido perfluorooctanoico; pero no sabía qué diantres era eso ni para qué servía. Entonces le pidió a DuPont que compartiera toda la documentación relacionada con la sustancia, evidentemente la empresa se negó. En el año 2000 el abogado solicitó una orden judicial para forzarlos a entregar la documentación y se concedió la orden. Entonces decenas de cajas repletas de miles de documentos desorganizados y mezclados comenzaron a arribar a la sede de Taft, había unas 110.000 páginas en total, y documentos con más de 50 años de antigüedad.
Bilott pasó los siguientes meses en su oficina estudiando minuciosamente los documentos y ordenándolos cronológicamente: “empecé a ver una historia (…), puede que sea la primera persona en revisar todos los documentos. Se hizo evidente lo que estaba pasando: sabían desde hace tiempo que esto era malo” dijo el abogado.

Bilott no podía creer la cantidad de material incriminatorio que DuPont había puesto a su disposición. En general, la historia de los PFOA’S comienza en 1947 cuando 3M se dispuso a diseñar un compuesto antiadherente, impermeable y sumamente resistente y duradero, en un principio se uso para fines militares como pintura para tanques de guerra. Cuatro años más tarde, en 1951, DuPont comenzó a adquirir este compuesto y le dio un uso civil utilizándolo en las sartenes de teflón, entre otros productos, aunque el gobierno estadounidense no había reglamentado esta sustancia, 3M envió una carta a DuPont con recomendaciones acerca de cómo tratar adecuadamente este compuesto. Las propias especificaciones de DuPont aseguraban que los PFOA’S no debían arrojarse a aguas superficiales o a alcantarillas, pero ignorando su propio reglamento interno la empresa liberó cientos de miles de litros de agua contaminada con PFOA’S en el río Ohio durante décadas.
La empresa vertió unas 7.100 toneladas de barro con PFOA en “estanques de digestión”: pozos abiertos sin revestimiento ni impermeabilización en el terreno que el hermano de Wilbur le había vendido a la empresa, desde donde el químico se filtró fácilmente al suelo. El contaminante llegó hasta el agua freática de donde se abastecían más de 100.000 personas de diferentes condados.
Bilott supo por los documentos que 3M y DuPont habían estado realizando estudios médicos en secreto sobre el PFOA y sus efectos durante más de 40 años. Entre muchas otras cosas, descubrieron que la sustancia podría aumentar el tamaño del hígado en ratas, conejos y perros, descubrieron que la sustancia se unía a las proteínas plasmáticas de la sangre, circulando a través de cada órgano del cuerpo. Luego, en los ‘70, DuPont halló altas concentraciones de PFOA en la sangre de los trabajadores de su fábrica, pero mantuvieron esa información como confidencial. Diez años más tarde, 3M -que seguía siendo proveedor de esta sustancia para DuPont y otras empresas- descubrió que la ingesta de este químico provoca anomalías congénitas en ratas, entonces DuPont estudio a sus empleadas embarazadas que trabajaban en la línea de teflón: de siete nacimientos dos tenían defectos oculares. Nuevamente la empresa ocultó dicha información.
En el ‘84 DuPont se dio cuenta de que el polvo contaminado con PFOA que salía de sus chimeneas se asentaba mucho más allá de su propiedad y, lo que es más preocupante, que la sustancia estaba presente en el suministro de agua local. En el ‘91 la empresa determinó un límite de concentración de PFOA en el agua potable: una parte por billón. El mismo año, halló concentraciones que triplicaban este valor en el agua de uno de los distritos, nuevamente la empresa se llamó al silencio.

Además, la empresa también había descubierto que esta sustancia provoca tumores cancerosos testiculares, pancreáticos y hepáticos en animales de laboratorio. Otro estudio sugirió un posible daño en el ADN por la exposición al PFOA. Poco tiempo después, en 1993 DuPont había encontrado un compuesto que podría sustituir a los PFOA’S que parecía ser menos tóxico y permanecía en el cuerpo durante menos tiempo, se analizó cambiar al nuevo compuesto pero DuPont decidió no hacerlo ya que los productos fabricados con PFOA generaban más de 1 mil millones de dólares anuales en ganancias.
Pero el descubrimiento crucial para el caso Tennant fue el siguiente: a finales de la década de los ‘80, cuando DuPont comenzaba a preocuparse cada vez más por los efectos de los desechos del PFOA, decidió que necesitaba un vertedero para depositar sus residuos tóxicos. Entonces, compraron el terreno del hermano de Wilbur, que había enfermado -presuntamente- por este mismo químico.
Los científicos de DuPont sabían perfectamente que los desechos depositados allí se filtraban hacia la propiedad de los Tennant y analizaron el agua del arroyo donde bebían las vacas del granjero, descubrieron que contenía una concentración extremadamente alta de PFOA. Como de costumbre, DuPont se mantuvo en silencio y ocultó esta información en el informe que una década después culpaba a los Tennant de la muerte de su ganado.
Con todos estos datos, y muchos más, Bilott pasó los siguientes meses escribiendo un informe público contra DuPont: tenía 972 páginas, incluidas 136 pruebas adjuntas. El informe desenmascaró a la empresa y exigía una acción inmediata para regular el PFOA y proporcionar agua limpia para quienes viven cerca de la fábrica. En marzo del 2001 envió el informe a todas las autoridades competentes, incluida la EPA y la Fiscalía General de los Estados Unidos.
En respuesta, DuPont solicitó una orden de mordaza que pretendía impedir que Bilott le proporcionará al gobierno la información que había descubierto en el caso, un tribunal federal lo negó y el abogado envió toda la documentación a la EPA.
Esta carta sentó un precedente, y la situación de los PFOA’S comenzó a tomar conocimiento público: los medios de comunicación de todo el país dieron la voz de alarma y la industria de los fluoropolimeros ya no gozaba de la misma reputación.
Además, fue especialmente condenatorio ver estas acusaciones contra DuPont con el membrete de un bufete caracterizado por defender a empresas como esta. Sin embargo, Taft corría el riesgo de sufrir financieramente, ya que muchos de sus clientes eran empresas similares a DuPont.
El informe condujo a que, en 2005, la empresa llegara a un acuerdo con la EPA por una multa de 16.5 millones de dolares. Ya que la Agencia ambiental había acusado al gigante de la química por ocultar su conocimiento de la toxicidad y la presencia del PFOA en el ambiente en violación a la Ley de Control de Sustancias Tóxicas. En ese momento era la sanción administrativa más grande que la EPA había impuesto en toda su historia, aunque este monto solo representaba el 2% de las ganancias que DuPont había obtenido por el PFOA ese año.
Bilott pudo haber cerrado el libro y proseguir con otro caso, ya había echado luz sobre las causantes de las muertes de los animales de Wilbur Tennant; pero no. El abogado, caracterizado por su minuciosidad y tenacidad, sabía que aún había mucho más por hacer en busca de justicia y un ambiente sano. Entonces el siguiente paso fue presentar una demanda colectiva en nombre de todos aquellos cuya agua estaba contaminada con este químico.

Poco tiempo después se presentó ante Billot un maestro de la escuela nocturna de Parkesburg llamado Joseph Kieger, quien pedía ayuda relacionada a los PFOAS. Le explicó que hace unos meses había recibido una carta peculiar junto a la factura del distrito del agua de Lubeck. La nota decía que se había detectado una sustancia química no regulada llamada PFOA en el agua potable en “bajas concentraciones”; pero que no representaba ningún riesgo para la salud.
Kieger no le dió mucha importancia a la carta, pero su esposa Darlene, que había pasado gran parte de su vida pensando en el PFOA ya que su primer marido había sido químico en el laboratorio de PFOA de DuPont. Recuerda que a veces su esposo llegaba a casa con fiebre, vómitos, diarrea y náuseas después de trabajar en uno de los tanques de almacenamiento de este químico. Darlene cuenta que en un momento su esposo ya no tenía permitido ir a su casa con su uniforme de trabajo, ya que DuPont había descubierto que el PFOA tenía efectos adversos en las personas, esencialmente en las mujeres embarazadas, esto le resonaría cuando varios años después tuvo que someterse a una histerectomía de emergencia y nuevamente, ocho años después, tuvo que someterse a una segunda cirugía. ¿Que tenía que ver DuPont con el agua que salía de la canilla de Darlene y Kieger? se preguntaba la pareja.
Entonces Joseph se dirigió ante diferentes oficinas del gobierno estatal; pero no obtuvo ninguna respuesta favorable. Hasta que se comunicó con la EPA, quienes le remitieron al profesor información sobre la demanda de Tennant, y de allí obtuvo el contacto de Billot.
Con toda la información recabada en el caso Tennant y algunos estudios posteriores realizados, Bilott había anticipado demandar a DuPont en nombre de unas 70.000 personas que bebían agua contaminada con PFOAS -algunos la estuvieron bebiendo durante décadas-, pero se enfrentaba a una encrucijada legal: esta sustancia no estaba reglamentada. ¿Cómo podía Bilott afirmar que miles de personas habían sido envenenadas si ninguna reglamentación reconoció al PFOA como tóxico?. Además, había poca información que respaldará los efectos negativos de los PFOA’S en la salud pública.
La mejor herramienta con la que el abogado contaba era la propia reglamentación interna de DuPont, que determinaba que la concentración máxima debiera ser de una parte por billón. Pero cuando la empresa supo que Bilott preparaba una segunda demanda, reevaluó esa cifra. Como sucedió en el caso Tennant, DuPont formó un equipo compuesto por sus propios científicos y expertos del Departamento de Protección Ambiental de Virginia Occidental y anunció un nuevo umbral: 150 partes por billón.
Esta cifra contrastaba con los estudios elaborados por los científicos que Taft había contratado: que determinaban que el máximo seguro serían 0,2 partes por billón. Pero Virginia Occidental apoyo el estándar de la empresa.
Entonces Bilott ideó una nueva estrategia legal. Un año antes Virginia Occidental había adherido a la ley de responsabilidad civil que, a grandes rasgos, dice que un demandante solo necesita probar que ha estado expuesto a una toxina, y si el demandante gana el demandado debe financiar estudios médicos regulares. En estos casos, si el demandante enferma más tarde, puede imponer una demanda retroactiva por daños y perjuicios.
Mientras tanto, la EPA, basándose en la investigación de Bilott, comenzó su propia investigación sobre los efectos del PFOA. En 2002 la agencia publicó los resultados: este químico representaba un riesgo para la salud no solo a quienes bebían agua contaminada, sino que afectaba también al público en general, por ejemplo cualquiera que cocine en sartenes de teflón. La EPA se alarmó particularmente cuando se enteró de que se había detectado PFOA en bancos de sangre estadounidenses, algo que 3M y DuPont sabían desde 1976. En 2003, 3M cesó la producción de este compuesto, pero DuPont -en lugar de optar por un químico alternativo- construyó su propia fábrica de PFOA en el estado de Carolina del Norte.
Luego, en 2004, DuPont decidió resolver la demanda colectiva: acordó instalar plantas de filtración de agua en los seis distritos afectados por la contaminación y pagar una adjudicación en efectivo por el valor de 70 millones de dólares. Además, financiaría un estudio científico para determinar si existe un “vinculo probable” entre el PFOA y cualquier tipo de enfermedad. Si tales vínculos existían, DuPont pagaría el seguimiento médico del grupo afectado a perpetuidad, pero si los resultados no demostraban ningún vínculo no podían demandar a la empresa.
Bilott había trabajado durante más de 3 años gratis luego de que se cerrara el caso Tennant, lo que le costó a Taft una gigantesca suma de dinero: pero en ese momento Bilott y su equipo recibieron 21,7 millones en honorarios, lo que no sólo cubría los gastos, sino que aportaba una significaba ganancia para el bufete.
Bilott y Taft no solo habían ganado dinero, sino que DuPont estaba proporcionando agua limpia a los ciudadanos afectados. Nuevamente, el abogado tenía razones de sobra para alejarse de este bochornoso caso, pero no lo hizo. En su lugar, propuso que esos millones se usarán para “comprar” muestras de sangre. El enfoque era el siguiente: los ciudadanos de Virginia Occidental podían, o no, dar sus muestras de sangre para que los científicos las analizarán y de esa forma saber si existe una correlación entre el PFOA y diferentes enfermedades, entonces Bilott propuso recompensar con 400 dólares a quien diera muestras de sangre. Y en cuestión de meses cerca de 70.000 personas dieron sus muestras de sangre a cambio del cheque.
El equipo epidemiológico del gobierno estaba inundado de datos médicos, algo nunca antes visto en una demanda colectiva, y DuPont no podía hacer nada al respecto, además la empresa estaba obligada a financiar los estudios sin limitación -en última instancia le costó a DuPont 33 millones-.
Dado la cantidad de datos, se tardaron años en analizarlos todos y obtener una conclusión. Durante esos años, Bilott seguía gastando el dinero de la empresa y la preocupación de Taft era que “si el panel científico no encontraba ningún vínculo con las enfermedades, iban a una pérdida millonaria”.
Los resultados del estudio no aparecían y la tensión aumentaba, los clientes de Bilott llamaban para decir que habían sido diagnosticados con cáncer o que un familiar había muerto. Durante la espera Wilbur Tennant, que fue diagnosticado con cáncer, murió de un infarto y su esposa murió de cáncer poco después.
La tensión, el estrés y la crudeza del caso repercutieron negativamente en Bilott. En 2010 comenzó a sufrir ataques extraños: su visión se nublaba, sentía los brazos entumecidos, calambres y cosas por el estilo de forma casi crónica: los médicos finalmente dieron con un medicamento y estas condiciones cesaron.
Un año después el abogado encontró un poco de alivio. Luego de siete largos años de análisis, a finales del 2011, los científicos comenzaron a publicar los primeros resultados del estudio: había un “vínculo probable” entre el PFOA y el cáncer de riñón, el cáncer de testiculo, enfermedad de la tiroides, colesterol alto, la preeclampsia y la colitis ulcerosa. “Pudimos cumplir lo que les habíamos prometido a estas personas siete años antes. Sobre todo porque, durante todos esos años, DuPont había estado diciendo que estábamos mintiendo, tratando de asustar y engañar a la gente. Ahora teníamos una respuesta científica”, relata Bilott.
Entonces, 3.535 demandas se interpusieron contra DuPont. La empresa planeaba pelear cada demanda individualmente, lo que alargaría los procesos judiciales hasta el año 2890 -según los cálculos-. En el primer juicio Carla Bartlett, una sobreviviente de cáncer de riñón, obtuvo una suma de 1,6 millones, en el segundo juicio DuPont pagó 5.6 millones, en el tercero desembolso 12.5 millones. Finalmente, DuPont aceptó la derrota y aceptó un acuerdo por una suma total de 670,7 millones de dólares para las 3.535 demandas.
Como parte del acuerdo con la EPA, DuPont cesó la producción de PFOA en 2013. Las otras cinco empresas del mundo que producen PFOA también están eliminando su uso. Ahora, la mayoría de empresas utilizan un químico alternativo diseñado para bio-degradarse rápidamente, sin embargo este químico tampoco está regulado por las agencias ambientales, aunque diversos expertos advierten que estos compuestos alternativos pueden tener efectos similares al PFOA.
Cada año Rob escribe una carta al gobierno estadounidense solicitando que se regule el PFOA en el agua potable. En 2009 la EPA establece un límite “provisional” de 0,4 partes por billón en el agua para la exposición a corto plazo; pero nunca ha ratificado esa cifra.
Este caso despertó el interés de la comunidad científica y con el paso de los años cada vez más estudios se enfocan en los PFOA’S o sus sustitutos. Se ha detectado esta sustancia en la sangre de casi todos los bancos de sangre del mundo, según estimaciones el 99% de la humanidad tiene PFOA en sus venas y casi todos los animales corren con la misma suerte.
En ese sentido, a mediados del 2022, un estudio de la Universidad de Estocolmo y ETH Zurich advirtió que el agua de lluvia ya no es potable ni en las regiones mejor conservadas del planeta, ya que los PFA’S -que engloba al PFOA y sus sustitutos- al ser prácticamente irrompibles han logrado transferirse al suelo, los sedimentos, las capas de hielo, las plantas y el agua superficial y subterránea, en otras palabras están en todos lados.
“¿Quién debe pagar la factura de todo esto? Las empresas que han estado cosechando miles de millones en ganancias cada año, durante décadas, al fabricar y liberar este veneno letal en el mundo, sabiendo todo el tiempo la grave amenaza para la salud que representaba para nosotros y nuestros hijos, pero optaron por no decírnoslo”, sentencia Bilott en un artículo que escribió para The Guardian.
Este caso tomó fama mundial con la película “El Precio de la Verdad” -Dark Waters-, estrenada en 2019, que relata la historia narrada anteriormente.
El presente texto es una adaptación al español de un artículo de la revista New York Times realizado por Bryan Schutmaat publicado en 2016. Actualizado por EcoPress al 2022.
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