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Industria Textil: la segunda más contaminante del mundo

Por detrás de la explotación petrolera, la industria textil es la segunda más contaminante del mundo: es responsable del 8% de las emisiones de gases de efecto invernadero y del 20% del agua contaminada a nivel global, además es una gran generadora de basura.

Vestirse es un derecho humano, la ropa nos protege del frio y de los rayos del sol, nos resguarda de las inclemencias del terreno donde pisamos, nos da comodidad y, en casos específicos, nos brinda protección. Sin embargo, la industria textil es la segunda más contaminante del mundo, por detrás de la petrolera y por delante de la ganadera.

Según la ONU, el rubro de la ropa utiliza cada año 93.000 millones de metros cúbicos de agua (suficiente para satisfacer las necesidades de 5 millones de personas), es responsable del 8% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero y del 20% del agua contaminada, además genera cantidades abismales de desechos (cada segundo se tira o incinera una cantidad de textiles equivalente a un camión de basura).

Vestirse es una necesidad humana básica, ya que nuestro cuerpo, a diferencia de los seres silvestres, es muy vulnerable ante las diferentes condiciones ambientales, y la vestimenta nos resguarda de estas. Sin embargo, también forma parte de una conducta social establecida: si en este momento yo decido salir a hacer las compras desnudo, probablemente sería juzgado por la sociedad, tachado de exhibicionista y apresado por las autoridades policiales. En otras palabras, podríamos decir que la ropa es nuestra segunda piel, y cambia dependiendo la época del año o la circunstancia social.

Pero la vestimenta no solo nos resguarda de las condiciones ambientales y es nuestra segunda piel, también es un indicador de nuestro poder adquisitivo y clase social; hay marcas de ropa que son exclusivas y que, generalmente, visten personas adineradas. Otras son más estándar y las portan personas menos acaudaladas. De esta forma, si vemos a alguien que viste Gucci, Supreme, Lacoste, Dolce Gabbana o Burberry, suponemos que es una persona adinerada que puede adquirir prendas de estas marcas. Por otra parte, si vemos a alguien que viste Topper, por ejemplo, suponemos que su poder adquisitivo no le permite comprar ropa más “prestigiosa” (aunque también podría no querer gastar tanto).

Vestir una marca “prestigiosa” tiene un principal objetivo: diferenciarse de la sociedad y vestir una prenda que pocos porten. De ello hay varios ejemplos; en el 2012 el líder de la banda de cumbia Wachiturros denunció ante la prensa que la empresa Lacoste les había ofrecido dinero para que dejen de vestir sus prendas. ¿Por qué Lacoste quería que los Wachiturros dejen de usar sus camisetas?, simple, porque los Wachiturros representan a la clase social menos adinerada de la Argentina y Lacoste quiere dar la imagen de marca “sofisticada” utilizada por gente acaudalada.

Otro ejemplo es el de la empresa Burberry; que ha admitido que cuando su ropa no se vende, prefiere destruirla antes que rebajar su precio y permitir que se devalué la imagen de lujo y exclusividad que proyecta. Estas empresas, lo último que quieren es dar una imagen de marca de descuento o popular, porque su clientela les demandan exclusividad.

Entonces; la ropa nos protege del ambiente, está establecida a nivel sociocultural y es un indicador de clase social.

Bajo esta premisa, cada año se fabrican 120.000 millones de prendas de vestir, principalmente en Asía (donde los trabajadores están muy precarizados). De hecho, en las zonas de asiáticas donde predomina la industria textil, como Bangladesh, se hallan los ríos más contaminados del planeta. Estas prendas pueden estar confeccionadas con materiales sintéticos u ‘orgánicos’ (algodón o poliéster), dependiendo de la materia prima utilizada varía su impacto ambiental.

Una mujer hurgando en un basural textil. /País Circular/

En el caso de las prendas de algodón, su impacto ambiental inicia en el cambio de uso del suelo para obtener terreno donde cultivar el algodón (desforestación), además hay que regar la planta y generalmente se emplean agroquímicos para aumentar la producción, luego se cosecha el algodón, se transporta a las fabricas textiles, se confecciona la tela, se tiñe, se corta y se cose para obtener una prenda, luego hay que transportar el producto terminado hacia las tiendas de ropa y venderlo. Toda esta secuencia de producción requiere cantidades gigantes de agua y de energía (principalmente proveniente de combustibles fósiles): para hacer un jean se requieren 7.500 litros de agua (suficiente para que una persona se hidrate durante 5 años) y para teñir un kilo de tela se necesitan entre 30 y 60 litros de agua.

Por otra parte, tenemos las prendas confeccionadas con materias primas sintéticas, como el poliéster, en este caso: su impacto ambiental inicia en la extracción de petróleo (con todo lo que implica), luego el hidrocarburo se convierte en plástico y posteriormente se confecciona el polímero con el que se fabricarán los hilos de poliéster. Estos hilos luego serán transformados en tela, esta se teñirá (contaminando agua), se cortara y se coserá para obtener una prenda. Nuevamente, esta vestimenta debe ser trasladada hasta las tiendas de ropa para ser vendida.

En la obtención de materias primas, las que son orgánicas tienen un mayor impacto ambiental que las que son sintéticas. Sin embargo, cuando las prendas se desechan esto se invierte: las prendas de poliéster tardan más de 200 años en degradarse y al hacerlo liberan microplásticos que contaminan el aire, el suelo y el agua. Por otra parte, las prendas de algodón tardan cerca de 30 meses en descomponerse.

Cada segundo, según Naciones Unidas, se tira una cantidad de textiles equivalente a un camión de basura. Según esta estadística, desde que empecé a escribir este artículo se tiraron 10.800 camiones de basura repletos de ropa.

El principal responsable de esta generación de basura es la “moda rápida”, un modelo de negocio que pone en el mercado nuevos conjuntos de moda cada tres meses aproximadamente, dejando obsoletos los conjuntos anteriores. Por si fuera poco, esta cultura del “comprar, tirar, comprar” hace que la vida útil de las prendas sea cada vez más corta y según un estudio de Greenpeace alrededor del 40% de la ropa de “moda rápida” no se usa nunca.

Frente al problema del desecho de la ropa, algunas ONG’S y empresas de ropa reciben las prendas en desuso para reciclarlas o venderlas como segunda mano. Por ejemplo, H&M recibe las prendas viejas de sus clientes y aseguran que las reciclan, esta empresa recolectó 29.000 toneladas de ropa usada en 2019. Los distribuidores de moda rápida quieren mejorar su imagen y publicitan sus iniciativas de reciclaje prometiendo nueva moda hecha con ropa usada. No obstante; según una investigación de la Deutsche Welle la mayoría de las prendas publicitadas como sostenibles están hechas solo en un 25% de plástico reciclado (no ropa)  y además no son reciclables.

Muchas de las prendas recolectadas por estas ONG’S y empresas son exportadas hacia países como India, Ghana o Chile. Hace unos meses una imagen de una montaña de ropa usada desechada en el desierto de Atacama recorrió al mundo y la BBC fue hasta allí para documentar el hecho:

El periódico británico relata que la ropa desechada en Estados Unidos, Europa o el Asia adinerada (y que no pudo ser reciclada en esas regiones) es exportada hacia los países subdesarrollados como Chile, que es el mayor importador de ropa de segunda mano de Sudamérica, siendo el receptor de más del 90% de dicha mercancía en la región.

Una trabajadora del rubro de ropa de segunda mano explica que al país trasandino llegan prendas de primera, segunda y tercera categoría «En la primera se entiende que va la mejor prenda, sin detalles, sin manchas, impecable. En la segunda, puede ir una prenda sucia o descosida (…). La de tercera sí es un producto más deteriorado», cuenta.

Según la investigación de este medio, de las 59.000 toneladas de ropa usada que Chile importa cada año, alrededor de 40.000 toneladas no se venden y se desechan en basurales clandestinos.

El basural textil de Atacama abarca unas 300 hectáreas. /BBC/

Todos estos kilos de textiles son desechados en basurales clandestinos, ya que en Chile está prohibido tirar ropa en los basurales ‘oficiales’. Hay personas, generalmente de bajos recursos, a las que se les paga para que se deshagan de la ropa no apta para el mercado.

A raíz de ello; el basural textil de Atacama abarca unas 300 hectáreas y al no tener una disposición legal “la única ‘solución’ es quemar la ropa, y la polución del humo es un gran problema” que puede generar enfermedades cardiorrespiratorias, explica Edgard Ortega, encargado de medio ambiente de Alto Hospicio.

En estos basurales es común encontrarse con inmigrantes que hurgan en la ropa para hallar algo con lo que vestirse o ganar unas monedas con su reventa. Estas personas, que viven en adyacencias a los mismos, inhalan el humo de la incineración de basura y, al vender la ropa “dispersan aún más la basura”, explica Ortega.

“La gente pobre paga los platos rotos de este negocio del que nadie se quiere hacer cargo”, agrega.

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