Más de 6.000 pingüinos enanos murieron como consecuencia de una pésima acción de conservación del demonio de Tasmania, especie que está en peligro de extinción.

Considerados como una amenaza para el ganado y perseguidos hasta la extenuación, el demonio de Tasmania ingreso a la lista de especies amenazadas en 1941, inclusión que propicio la recuperación de sus poblaciones. Sin embargo, en la década de los ´90, la especie se vio amenazada por un cáncer facial contagioso que redujo drásticamente su población, y nuevamente fue declarada como especie en peligro de extinción en el 2008.
A causa de este cáncer contagioso, un grupo de biólogos introdujo 28 ejemplares sanos de estos marsupiales en la Isla María –un área natural protegida australiana- en 2012, con la finalidad de resguardarlos de la enfermedad y propiciarles un territorio donde se pudieran desarrollar sin perjuicios, 4 años después la población en la isla alcanzo los 100 individuos.
La inserción de la especie en la isla, al parecer, fue poco meditada, o tomada con prematura. Si bien es cierto que el demonio de Tasmania necesita un lugar para establecerse, los biólogos encargados de su conservación no se percataron de que la naturaleza cazadora de esta especie ponía en peligro a otras. Consecuentemente; los pingüinos enanos de Australia, que vivían en la isla, fueron presa fácil de los demonios.

Esta isla es un refugio para los pingüinos azules – Eudyptula minor- y otras aves australes, así como demás especies amenazadas. La integración de los demonios de Tasmania al lugar cobro altas facturas: se estima que alrededor de 6.000 pingüinos perdieron la vida como consecuencia y hoy han desaparecido de la isla por completo, según datos de BirdLife Tasmania.
«Cada vez que el ser humano ha introducido mamíferos en las islas oceánicas, de forma deliberada o accidental, el resultado ha sido siempre el mismo: un impacto catastrófico en una o más especies de aves», resaltó Eric Woehler, coordinador de BirdLife Tasmania.
El exterminio de los pingüinos de Australia no fue culpa de los demonios de Tasmania, estos obedecieron a un instinto de supervivencia; cazar. Por el contrario, los biólogos y funcionarios que tomaron la decisión de introducirlos allí cargan con toda la responsabilidad.
Como estos pequeños pingüinos anidan en el suelo –ya que no pueden volar-, se convierten en una presa fácil para los animales más grandes. Más aún si estos no son sus depredadores naturales. En lugar de que la Isla María fuese un refugio para estas aves, con la introducción del marsupial se convirtió en una jaula sin escapatoria.
«Perder 3.000 parejas de pingüinos de una isla que es un parque nacional y que originalmente debería haber sido un refugio para esta especie es un gran golpe», sentencio Woehler.
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Redacción realizada con información de Actualidad RT, Noticias Ambientales y National Geographic.