El aceite de palma, proveniente de la palma africana, se encuentra en múltiples y diversos productos, desde lo alimenticio, pasando por los cosméticos, hasta en los “Biocombustibles”. La palma de donde proviene este aceite se cultiva en las zonas tropicales y en los últimos años ha aumentado drásticamente su demanda, generando, en ocasiones, un grave problema de desforestación y una preocupante pérdida de biodiversidad.

El aceite de palma, escondido en las listas de ingredientes con alguno de sus 200 nombres, lo ingerimos en múltiples productos alimenticios ultraprocesados, su amplio uso radica en que es considerablemente más barato (económicamente) que otros aceites y a su versatilidad. Sin embargo, es un producto que no aporta ningún tipo de nutrientes, tan solo grasas, de las cuales el 50% son saturadas. Entre los nutricionistas permanece el debate de si el aceite de palma es saludable o no.
También se lo usa en productos cosméticos, cumple la función de un emoliente que reblandece la piel seca o deshidratada, y no genera ningún daño a la salud humana.
Además, se lo utiliza para elaborar los llamados “biocombustibles” en el año 2019, el 46% del aceite de palma que la Unión Europea importaba estaba destinado a la producción de biocombustibles.
A decir verdad, el aceite proveniente de la palma africana no genera una amenaza grave para la salud pública. Pero la creciente demanda industrial de este producto ha acarreado una grave desforestación, lo que pone en peligro a diversas especies de flora y fauna autóctonas. Los cultivos de la palma africana se dan principalmente en malasia e indonesia y representan en conjunto el 85% de la oferta de aceite.
Los cultivos en estos países se han expandido rápidamente y han destruido bosques completos, según un estudio de la revista “Nature Climate Change” entre el 2000 y el 2012 en indonesia se deforestaron más de 6 millones de hectáreas y malasia perdió el 14.4% de su superficie selvática. En el sudeste asiático, el 45% de las plantaciones de palma aceitera provenían de aéreas que eran bosques en 1989, según un estudio de investigadores estadounidenses y brasileros. Pero no es suficiente para las compañías productoras y su cultivo se ha expandido hacia África y Latinoamérica.
Como ya se menciono, Malasia e Indonesia son los principales productores de aceite de palma, pero 4 países latinoamericanos están dentro de los 10 primeros, Colombia con 290.600 hectáreas cultivadas, Ecuador con 24.503, Brasil con 114.188 y Honduras con 64.084.
Por “conveniencia” las empresas productoras, en complicidad con gobiernos “flexibles” (por no decir corruptos) suelen arrasar con bosques tropicales para llevar a cabo sus plantaciones, esto porque a menudo, es más fácil comprar terrenos selváticos que terrenos ya degradados y por la fertilidad de su suelo.
“La palma no se debe expandir a cuesta de ecosistemas naturales, hay modelos espaciales que muestran que hay suficientes tierras degradadas para sembrar y cumplir con la demanda internacional de aceite. Debe ser una palma de cero deforestación” comenta la Bióloga colombiana Natalia Ocampo –al respecto de la expansión del cultivo en latinoamerica-.
La expansión del cultivo de palma ha puesto en jaque a muchas especies silvestres, por ejemplo, en Asia, el Orangután (actualmente en peligro de extinción) es víctima de este lamentable negocio. En Sumatra ahora existen menos de 14 mil Orangutanes, mientras que en la Isla de Borneo en Malasia, entre 1999 y 2015, la población de esta especie se redujo en más de 100 mil individuos.

A diario su hábitat se ve reducido por las talas o quemas de su hábitat para implementar el cultivo. Pero como si eso fuera poco, son vistos como una plaga por los productores aceiteros y son perseguidos en las plantaciones y sus alrededores a donde van en busca de comida. Los individuos adultos suelen ser ejecutados y sus crías son robadas y vendidas a Zoológicos, o acaban en manos de traficantes de fauna.
“La metodología horrible que tienen para producir el aceite de palma implica, entre otras cosas, prender fuego el bosque ¡con todo lo que está ahí adentro! Esa es una manera rápida de ‘limpiar’ el bosque para ponerlo en condiciones para el aceite de palma”, explica Leonel Mingo, coordinador de campañas de Greenpeace.
Los encargados de las plantaciones animan a sus empleados, desesperados por sus míseras pagas, a salir a capturar a los magníficos Orangutanes.
Debido a esto, en 2008 se creó el “aceite de palma certificado”, la organización RSPO (Roundtable on Sustainable Palm Oil), formada por productores, comerciantes, cultivadores, bancos y ONG´S. sin embargo, el RSPO no es un sello de calidad, se trata más bien de un compromiso voluntario para mejorar los cultivos mas allá de lo que exige la Ley, es decir: utilizar menos pesticidas, una mejor gestión del agua, y de los desechos y asistencia para los trabajadores. Además, el sello solo se concede a plantaciones en las que no se hayan destruido selvas desde el 2005.
Aun así, el 80% del aceite de palma no está certificado y la deforestación continua, «La mayor parte de los productores de la industria de la celulosa y el aceite de palma se comprometieron a frenar la deforestación, pero no lo están cumpliendo», afirmo el activista de Greenpeace, Bustar Maitar.
«Boicotear el aceite de palma no solucionará el problema», apunta la portavoz de WWF Ilka Petersen. Los sustitutos no son mejores, por ejemplo: para producir una tonelada de aceite de palma se necesitan 0,2 hectáreas, mientras que para una tonelada de aceite de canola se necesitan 1,25 hectáreas, 1,43 para los cultivos de girasol, y 2 hectáreas para los cultivos de soja.
Entonces, la situación se torna desoladora, en tanto la Unión Europea en marzo del 2019 estableció que los productos que posean en sus ingredientes este aceite lo mencionen por el nombre de “aceite de palma” en lugar de esconderla en diversos nombres como “grasa vegetal”, así el consumidor puede evitar su consumo, ya sea motivado por su salud o por la biodiversidad, y redujo drásticamente la producción de biocombustibles con este aceite.

Fuentes:
National Geographic
Mongabay
La Vanguardia
El Periódico
Foro Ambiental
Por: Maico Martini