
“Nuestros antepasados defendieron su casa con uñas y dientes, eso creó innumerables problemas con el europeo, que llegó a tomarles un odio visceral. Cuando llegaban a una tribu aplicaban dos castigos tremendos: la erradicación y el desarraigo, le cortaban la lengua al que hablaba kakán y le cortaban las orejas al que escuchaba kakán”. Con estas palabras, Hualán Lu, reconocido folclorista y referente Kakán de Andalgalá, Catamarca, resume la historia de un pueblo despojado de su identidad que hoy lucha por ver el resurgir de su lengua nativa.
Durante la colonización, la corona cometió todo tipo de atrocidades para imponerse, asegurar el control del territorio y extraer sus riquezas. Una de las medidas más importantes para establecer la hegemonía europea fue el etnocidio lingüístico y cultural: en 1634 el imperio dispuso que se les enseñará el español a todos los nativos y en 1770 la Real Cédula recrudeció la directriz al ordenar ejecutar todos los medios necesarios para eliminar las lenguas indígenas e imponer el castellano en toda la colonia.
Los métodos para establecer al español iban desde la obligatoriedad de hablarlo para conseguir empleo en las casas señoriales hasta prácticas de tortura y maltrato físico para castigar severamente a quien se aferrase a su lengua materna. En este contexto, la lengua kakana estuvo a punto de desaparecer; pero se conservó en canciones de cuna y hoy renace a paso lento pero firme.
Hualán Lu, también conocido como Juan Carlos Allosa, vivió ese despojo cultural en carne propia: “mis padres me habían dicho que yo era de origen español, porque eso les dijeron a ellos. Para evitar la discriminación, probablemente mis abuelos y mis tatarabuelos se defendían diciendo que no eran indios”. “Desde la más tierna infancia, desde la primaria, secundaria y terciaria, te enseñan algo que vos te das cuenta de que hay un error y es un error grave”, dice en alusión a la invisibilización de la identidad indígena en el sistema educativo argentino.
En entrevista con EcoPress, el reconocido folclorista de Andalgalá cuenta que su descubrimiento indígena comenzó con la búsqueda de sonidos olvidados en el folclore nacional, “la excusa fue conseguir instrumentos perdidos en el tiempo, pero me transformó la vida encontrar el libro de Lafone Quevedo, llamado tesoros catamarqueñismos. Es un diccionario, y la primera palabra que apareció cuando lo abrí fue mi apellido: Allosa o Allusa, tronco racial de Huachaschi, Andalgalá. La verdad estaba ahí escrita; había tres grupos raciales, los Cachusna, los Hualinchay y los Allusa”.
“Eso para mí fue un golpe muy grande, me sentí como el bebé de la época de la dictadura militar que era ‘donado’ a otra familia y con el correr del tiempo descubría que sus padres no eran sus padres biológicos. Eso es algo que no te deja tranquilo, se transforma en el objetivo de tu vida”. Con esa inquietud que lo motivaba, Hualán se volvió no solo un estudioso de la música, sino que empezó a profundizar más en la historia de los pueblos originarios catamarqueños.
Sin embargo, cuenta que la mayor parte de la bibliografía disponible eran “libros con una mirada eurocentrista, desde la mirada del conquistador”, lo que lo llevó a tener una visión con la que hoy no está de acuerdo: “me convencí de que nosotros éramos diaguitas, integrantes de la nación Diaguita, que la historia nos dice que habitaron en los Valles Calchaquíes, que eran Estados patriarcales que adoraban el sol y que hablaban la lengua kichwa, que se había logrado imponer sobre la lengua kakana”.
En 2017, cuando conoció a dos mujeres kakanoparlantes, su percepción cambio considerablemente y se dio cuenta de que su identidad pertenecía a un pueblo olvidado por la academia: Hualán Lu descubrió que es Kakán. “Todo lo que nos contaron es equivocado. Porque diaguitas no somos, diaguita es una palabra aymara que la trae el conquistador inca, que llega 20 años antes que Colón, pero el pueblo Kakán tenía 1.500 años en la zona” y hablaba su propio idioma.
Mientras la historia tradicional y gran parte de la bibliografía utilizan el término “pueblo diaguita” para englobar a las comunidades indígenas de la región -inclusive muchos colectivos contemporáneos se perciben como diaguitas-, Lu mantiene una postura revisionista y sostiene que “diaguita” es un exónimo de origen aymara, impuesto primero por el imperio Inca y luego por los colonos europeos, que ocultaría la verdadera identidad de los indígenas de la zona.
“Nuestros antepasados jamás conocieron la palabra diaguita, que es una palabra que significa serrano de la punta del cerro, es un término hasta un poco despectivo. Tampoco éramos de los Valles Calchaquíes solamente, porque cuando entras a analizar el kakán te das cuenta que las raíces y los fonemas están en 12 provincias argentinas, el norte de Chile y el sur de Bolivia, es mucho más que el territorio de los Valles Calchaquíes”, detalla.
En ese sentido, Hualán explica que las fuerzas reales se valían de artimañas para someter a los indígenas e imponerles la cultura europea: “la erradicación y el desarraigo”. “El desarraigo más famoso es el de los Quilmes, pero no es el más grande, hubo peores. Los llevaban desde Catamarca y Tucumán hasta Buenos Aires, a pie, sin agua, sin comida, mientras los españoles iban a caballo, con látigos, con perros y con armas. El resultado es que solo llegó el 10% de la población, el resto murió; los niños murieron, los viejitos murieron, los enfermos murieron, solo llegaron los jóvenes fuertes. No conformes con ese castigo, aplicaban el segundo para que no se puedan reorganizar: no podían hablar el kakán, le cortaban la lengua al que hablara kakán y le cortaban las orejas al que escuchaba kakán”.
Ante esta situación, las mujeres que dirigían las comunidades decidieron salvar la lengua, “porque para ellas la lengua era la identidad de las personas”, las alcahuisas –mujeres que se conectan con los espíritus- elegían a una integrante de la comunidad para que el idioma se conserve en ella, “teniendo en cuenta que la persona que debía conservar la lengua no iba a tener la posibilidad de hablarlo con nadie”. Así, transmitían todas las palabras kakanas en canciones, canciones para curar el dolor de cabeza, canciones para sanar el malestar de estómago y así le enseñaban el mundo Kakán a través de la música.
Lu subraya que “las comunidades kakanas eran matriarcales: las mujeres eran las cacicas, eran las médicas, eran las que dirigían las guerras. Las mujeres eran todo, el hombre pasaba a un segundo plano y, por ende, al ser un mundo totalmente matriarcal, se adoraba a la luna, todas las deidades giran alrededor de la luna”. Por eso no es llamativo que hoy el renacimiento de la lengua kakana sea impulsado por mujeres que ya no tienen miedo de hablar su lengua ancestral, una de las más importantes es Karen Zunilda Aravena Álvarez, de la comunidad Chupanquy, de Copiapó, Chile. “Quedamos sorprendidísimos con ella, porque hizo una ceremonia de más de tres horas sin decir una sola palabra en castellano, todo kakan”, recuerda Hualán.
Rita Cejas, de la comunidad Quilmes de Tucumán, también marcó un importantísimo precedente en la conservación y divulgación del idioma: “cuando la conocimos ya estaba rodeada de 50 especialistas de la Universidad Nacional de Córdoba, había de todo: lingüistas, filólogos, arqueólogos, antropólogos. Desgraciadamente a Rita se la llevó el Covid, pero quedaron muchísimas grabaciones y enseñanzas, y esos mismos especialistas llegaron a hacer 3 libros de ella: el Tiri Kakán, Lengua Kakana y las 12 Leyendas Kakanas. Por el lado de Karen, la Conadi de Chile, editó el Sisiyi Kakán en base a los testimonios de ella”.

En base a estos trabajos “armamos el Kakanchi, el primer diccionario kakan – castellano, junto a algunas frases”, celebra Lu. “Por su parte, Daniel Herrera, estudioso de la Universidad de La Plata, viene analizando alrededor de 20.000 palabras, o sea que en cualquier momento aparecerá un diccionario mucho más completo. El kakanchi tiene 1.500 palabras aproximadamente, pero Daniel me comentaba que estaba pensando en lanzar uno de unas 5.000 palabras. O sea que estamos con viento en popa para ver si podemos salvar la lengua kakana”.
Al ser consultado sobre la realidad de los pueblos originarios del país, Hualán dice que “en Argentina está lleno de tratados, de acuerdos y convenios internacionales en los que el Estado se compromete a cumplir y después los viola. O sea, nada de lo que tenga que ver con esos acuerdos internacionales se respeta, partiendo del Convenio 169 de la OIT de la ONU, aprobado por la Ley 24.071, después tenemos la reforma constitucional del 1994, el artículo 75 inciso 17, pero no se respeta a ninguna comunidad, a nadie. Siempre existe el artilugio político para no cumplir la ley, porque la Argentina no reglamenta las leyes, entonces es como que la ley no existe”.
“Ahora es peor, porque este gobierno eliminó el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas –INAI-, creando un limbo peor, porque hay 1.800 comunidades en el país que tenían la personería jurídica por el INAI. También vetaron la Ley 26.160 de Emergencia Territorial Indígena, y a muchos los desalojan, les hacen millones de problemas”, advierte con preocupación. Afortunadamente, en 2021 la Alianza de Comunidades Originarias de Catamarca –ACOC- consiguió la personería jurídica provincial para 18 comunidades catamarqueñas, lo que les da cierta estabilidad ante la postura política del gobierno nacional. “Nos reconocen como una institución, nos reconocen con algún tipo de ayuda de vez en cuando para cuestiones puntuales, pero nada más que eso”, marca Hualán.
En este contexto, Lu asegura que “ya desapareció el peligro de hablar kakan, ahora es necesario tratar de difundir la lengua”. Por eso, la comunidad, junto a académicos de casas de altos estudios del país, elaboran material que sirva de insumo para descubrir, conocer y divulgar la cosmovisión kakana. A continuación, adjuntamos algunos documentos facilitados por Hualán Lu para tal fin.

