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El ruido ensordecedor del enjambre digital y la melodía del Vulpiani

El enjambre digital produce un ruido ensordecedor que genera indiferencia, apatía y nos desconecta de la realidad. Así, el texto se pierde en el contexto. La melodía comunicativa mezcla el medio digital con el entorno terrenal y convierte el ruido en una melodía donde el texto destaca del contexto. Un análisis para salir del limbo virtual sin descuidar el plano digital.
Por Maico Martini, periodista ambiental.

La actualidad está fuertemente marcada por una multitud de crisis de variadas características. A nivel global, las crisis ambientales como el cambio climático, la extinción masiva de especies, la omnipresencia plástica, la lluvia contaminada con PFA´S y la destrucción de ecosistemas claves, amenazan con destruir la civilización tal y como la conocemos.

Muchas de las consecuencias de la crisis ecológica ya están observándose: en 2023 se alcanzó el record de desplazados forzados por motivos ambientales, hace 12 meses consecutivos que la temperatura promedio global supera los 1.5 °C por sobre el periodo preindustrial, los fenómenos meteorológicos extremos se han intensificado, los microplásticos fueron hallados en varios órganos humanos y en zonas prístinas de la naturaleza, y podríamos seguir ejemplificando hasta llenar varias fojas.

Sería lógico suponer que, debido a la relevancia, complejidad y trascendencia de estos asuntos, estas problemáticas son ampliamente difundidas y debatidas en redes y que, en suma, forman parte de la opinión pública, pero la realidad dista mucho de este ideal. En las plataformas digitales los contenidos más consumidos son aquellos de entretenimiento, la mayoría carentes de reflexión y crítica, mientras que en el periodismo la agenda está cooptada por los asuntos económicos, la ortodoxia política y el ‘cholulaje’. Las temáticas ambientales no son ampliamente difundidas, y aquellos contenidos que gozan de cierta difusión masiva suelen ser banales y estar estrechamente vinculados al greenwashing, los mensajes críticos a menudo sufren el shadow banning o la desidia de la prensa tradicional.

Para enfrentar esta situación, algunas organizaciones ecologistas eurocentristas como Just Stop Oíl desempeñan campañas que consisten en vandalizar obras de arte de renombre, como Los Girasoles de Van Gogh, para protestar contra la industria petrolera. Así, logran que la noticia recorra el mundo, pero el texto de su mensaje se pierde en el contexto de su forma de emitirlo y, en lugar de visibilizar la contaminación petrolera, se pone el foco en estos ‘jóvenes que no respetan el arte’.

/Associated Press/.

En Argentina el ambientalismo no ha logrado avances tangibles en materia sociopolítica, el gobierno anterior solo desempeñó acciones simbólicas en pos de un “desarrollo sostenible” (concepto criticado por el ala radical ecologista), mientras que en la práctica impulsaba la megaminería, la extracción petrolera off shore y era cómplice de los desmontes e incendios ilegales por omisión de sus deberes públicos. Algunos miembros fundadores de Jóvenes por el Clima –JOCA- como Bruno Rodríguez, jugaron un papel importante para hacer lobby político en defensa de la explotación petrolera en el Mar Argentino bajo el argumento de que “el norte global se desarrolló contaminando y que la Argentina también tiene el derecho de hacerlo”, motivos por los que la agrupación fue defenestrada del núcleo ambientalista nacional.

Ahora, el primer mandatario niega la existencia del cambio climático y se pregunta “¿cuál es el problema si una empresa contamina un río?”. Por su parte, la Subsecretaria de Ambiente dice que “Chaco puede hacer lo que quiere” con los montes, incluso aprobar la deforestación sobre un millón de hectáreas; el Secretario busca simplificar los trámites de tratamiento de residuos industriales en un país donde el 93% de los mismos son depositados ilegalmente, el presupuesto para la protección de bosques se redujo en un 65,4% en términos reales y la Secretaría de Industria y Comercio eliminó la prohibición de la utilización de tintas con metales pesados.

En la primera edición de “el colapso ecológico ya llegó” -2019-, escrito conjuntamente por el abogado ambientalista Enrique Viale y la socióloga Maristella Svampa, mencionan y reconocen a JOCA como parte del auge de la lucha climática sudamericana. En 2023, luego de ser consultado por este medio, Viale -que mantuvo una estrecha relación con Rodríguez hasta que se produjo una ruptura por las expresiones del joven- explica que “desde la publicación del libro hasta ahora hubo gente que se dio vuelta, es muy común eso. Para resistir y sostener la lucha contra el extractivismo hay que tener mucho contacto con el territorio y soportar presiones muy grandes, hay campañas muy fuertes de difamación y ridiculización y eso no lo puede soportar cualquiera”, y añade que “es ridículo utilizar el argumento del norte global para hacer lo que justamente quiere el norte: que es que nosotros le proveamos el litio, el petróleo, el gas, la soja, etcétera”. Finalmente, sentencia que “cuando vos tenes contacto con el territorio es muy difícil que te des vuelta, si tu único contacto es con las redes sociales vas para donde sea más cómodo”.

Al respecto, no son pocos los pensadores e intelectuales que sostienen que las redes digitales son un arma de doble filo. Por una parte, permiten la difusión de mensajes sin intermediarios y le quitan poder al monopolio de las empresas mediáticas y los Estados, pero esa desmonopolización no se traduce en mayor libertad de expresión, sino que los gigantes digitales ahora han captado ese rol, los algoritmos utilizan el shadow banning a mansalva, entre otras formas de control de la información, y casi nadie se percata de ello. Con esta transición no solo ha cambiado el medio, también las formas.

Con el auge de TikTok, el contenido premiado por el medio digital son los videos fugaces y las grandes plataformas copiaron ese formato de contenido para competirle al gigante asiático. Se asemeja al formato de Twitter con mensajes sumamente resumidos que no superan los 140 caracteres.

Esta nueva comunicación produce un diluvio de publicaciones intrascendentes. Me permite enterarme de la problemática de las “islas plásticas” de los océanos; pero en cuestión de segundos paso al video de un ‘influencer’ haciendo publicidad encubierta probando “novedosos productos” y luego me aparece una caída graciosa de un ruso ebrio, para posteriormente ver una receta de pan relleno. Así, paso de sentirme triste por la contaminación, entusiasta ante un nuevo producto, me divierto ante una caída graciosa y me motivo para elaborar comida casera, pero si paso horas seguidas observando estos videos cortos aparece la indiferencia y la perdida de conexión con la realidad, dando lugar a la apatía.

Por otra parte, las redes nos han permitido obtener una recompensa moral sin mayor esfuerzo, basta con publicar una foto “por la paz mundial”, un breve mensaje contra “la contaminación plástica” o recolectar firmas “contra la deforestación” a través de Change.org para quedar bien ante la sociedad, y luego seguir con mi vida como si nada. Si le preguntas a la gente, la mayoría responderá que está preocupada por la naturaleza: “En Argentina, al 91% de las personas les interesa el cuidado del ambiente”, asegura una encuesta de la Fundación Vida Silvestre. Pero si verdaderamente 9 de cada 10 argentinos estuvieran preocupados por esta situación, la realidad sociopolítica sería sustancialmente diferente.

El estudio “Siendo Verde para Ser Visto”, de la Universidad de Minnesota, indica que los consumidores son más propensos a comprar productos “ecológicos” cuando están en público y pueden obtener la recompensa moral de estar comprometidos con la naturaleza, mientras que de lo contrario no tienen la misma tendencia a comprarlos. Hoy, 16 años luego de publicada la investigación, esta situación se ha incrementado con la creciente relevancia de las redes sociales.

Otro punto a destacar es que esta nueva realidad diluye la identidad común e incrementa el individualismo narcisista. Dentro de las redes son pocos los consumidores pasivos, la mayoría estamos luchando por la atención, tratando de optimizar nuestra imagen pública y construyendo un avatar digital que represente nuestro ideal individual, y con la posibilidad de monetizar esa imagen la competencia narcisista aumentó exponencialmente. Parafraseando a Byung Chul Han, podemos decir que ‘los individuos digitales no se congregan, les falta ese encuentro que construiría un nosotros. A los enjambres digitales les falta una dirección, sus modelos colectivos son muy fugaces y por ello no desarrollan energías políticas’.

En suma, al contrario de lo que se pensó a principios de siglo, el medio digital no encamino a la humanidad hacia la plena libertad, tampoco forjó revoluciones reales y la disponibilidad de información no desterró la ignorancia. Las energías políticas digitales como las explica Han forjan lo que llamaríamos “hashtivismo”: mucha gente quiere ser vista con buenos ojos, pero la mayoría no saben cómo ayudar porque no se han planteado ni detenido a reflexionar sobre el problema que aparentemente les aqueja.

En el plano ambiental, existe el término “ecologista de masas”. En la actualidad, la masa se caracteriza por seguir la idea más mentecata, y al ecologista de masas lo mueve la culpa, es consciente del cambio climático y la contaminación del plástico, aunque no termina de comprender las causas y consecuencias del problema, lo que le imposibilita encontrar posibles soluciones.

El ambientalismo crítico explora y se sumerge en la problemática, reflexiona críticamente, se organiza y toma acciones en respuesta (con sus diferentes ópticas y métodos). La masa ecologista se caracteriza por la falta de reflexión: consume ideas enlatadas que la incentivan a seguir consumiendo y le han impuesto la conclusión de que debe consumir productos verdes para salvar al planeta. Productos que, además, son más caros que los convencionales sin que necesariamente cueste más producirlos, ya que no están ofreciendo solo el producto, sino un consuelo a la culpa y un motivo de status social.

/Archivo/.

Si el contenido premiado por el medio digital me introduce en ‘una montaña rusa sentimental’ que a la larga desencadena la apatía y la desconexión con la realidad y, a su vez, me permite obtener una recompensa moral y apaciguar mis inquietudes con simples actos sin impactos tangibles en lo terrenal ¿Dónde está la motivación para salir a las calles a reclamar? ¿para qué diantres iré a incomodar al poder?

El ala más naturista del ecologismo (integrada mayoritariamente por personas nacidas antes del internet) sostiene a viva voz que hay que alejarse del mundo virtual, salir del sistema imperante y mudarse a la naturaleza para reconectarse con ella, claro que solo unos pocos afortunados tienen esa posibilidad. Pero sabemos que en el plano social no solo hay blancos y negros, hay muchos grises en medio: si se deja de lado el medio digital esos estilos de vida disidentes y las diferentes alternativas de comunidad se pierden en su pequeña burbuja y no generan ningún impacto sustancial a nivel general.

Entonces, lo más virtuoso a nivel comunicativo parece ser un gris entre el limbo virtual y el ideal naturista: acciones en los territorios amplificadas por las herramientas digitales, que congreguen más gente al terreno en disputa.

Un ejemplo paradigmático en San Luis sucedió el año pasado con la defensa del “bosque Vulpiani”. En ese momento el Gobierno de la Provincia quería construir un mega proyecto en un monte protegido, la obra inició ilegalmente y flojita de papeles, inicialmente el asunto fue difundido por este medio digital y, ante la advertencia, un pequeño grupo de vecinos y ambientalistas locales se agruparon para analizar la situación y responder ante la desidia del gobierno. Comenzaron a reunirse periódicamente y formaron una asamblea dividida en áreas de trabajo concretas, todos los fines de semana el Vulpiani se transformaba en una comuna cultural y, con la difusión en redes, cada encuentro convocaba a más y más personas.

/Cortesía La Bulla Comunicación Alternativa/.

Sin embargo, a pesar de los reclamos y la evidencia de que el proyecto violaba diversas leyes ambientales, la Secretaría de Ambiente aprobó el proyecto. Ante el inminente avance de las maquinas, la Asamblea por el Vulpiani no se quedó de brazos cruzados: acampó en el lugar durante más de 30 gélidas jornadas de julio y la situación, que durante meses fue ignorada por la prensa ortodoxa local, se volvió noticia regional y los videos de la asamblea alcanzaron cientos de miles de visualizaciones, congregando a cada vez más personas al territorio.

Finalmente, gracias al apoyo de la Facultad de Ciencias Económicas, Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional de San Luis, la justicia paralizó las obras por el plazo de 3 años. Ahora, la asamblea lucha para que el lugar se declare reserva urbana y se valorice el lugar en armonía con la naturaleza, reclamo que es elevado durante las conciliaciones judiciales entre la organización y la nueva administración provincial.

La Asamblea Vulpiani demostró un camino posible, un camino que mezcla el medio virtual y la presencia en los territorios, transformando el ruido del enjambre digital en una melodía comunicativa de resistencia para la existencia.

Imagen de portada: Freepik.

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