Clair Patterson intentaba calcular la edad exacta del Planeta Tierra cuando descubrió que todo a su alrededor contenía altísimas concentraciones de plomo. Años antes, la General Motors había incluido al plomo en la gasolina, disparando la emisión del metal a la atmosfera y contaminando todo el planeta. A pesar de la evidencia sobre la toxicidad del compuesto, la empresa vendió esta gasolina durante décadas, hasta que Patterson los desenmascaró.

Corría el año 1916, los vehículos de combustión interna estaban en pleno auge y las principales empresas del sector competían entre sí por acaparar el mercado. Por aquel entonces los automóviles de arranque automático eran los más modernos, pero el combustible era de mala calidad: explotaba espontáneamente, dañaba el motor y ponía en peligro a las personas.
En la búsqueda de soluciones a los “golpes de motor”, Charles Kettering, inventor del motor de arranque eléctrico y -más tarde- vicepresidente de la General Motors, le encargó a uno de sus empleados que buscara aditivos para mejorar el combustible. Para solucionar el problema debían formular una gasolina resistente a la presión y así eliminar el traqueteo y las explosiones del motor (lo que hoy conocemos como “combustible de alto octanaje”).
El ingeniero Thomas Migdley Jr estuvo a cargo de la investigación, pasó meses mezclando combustible con diferentes sustancias sin obtener resultados significativos, hasta que un día descubrió que el etanol es un buen aditivo para eliminar el problema, lo promocionó como la “gasolina del futuro” ante el mundo; pero la mezcla no se podía patentar y, por lo tanto, no tenía el potencial lucrativo que las automotrices y las petroleras le exigían.
Entonces Migdley se enfocó en buscar un aditivo que sea barato, efectivo en bajas concentraciones, fácil de producir y, sobre todo, que pueda patentarse. Bajo esa óptica, encontró el telurio, que cumplía con todos los requisitos pero que tenía un olor insoportable, al respecto el ingeniero escribió: “Aunque se duplicara la economía del combustible, no creo que la humanidad tolere este olor”, y descartó el compuesto.
Luego de un largo tiempo, a finales del 1921 halló un aditivo que eliminó el problema y que cumplía con sus estándares: el tetraetilo de plomo –TEL-. El compuesto fue un éxito en las pruebas piloto y además era sumamente barato producirlo, así que la General Motors, DuPont y Standard Oíl de New Jersey crearon la “Ethyl Company” para fabricar TEL en cantidades industriales. La Compañía promocionó el compuesto como ‘etilo’ y omitió mencionar que el novedoso combustible contenía plomo, ya que sus efectos negativos en la salud ya eran bien conocidos.
El plomo es neurotóxico, genera daños irreversibles en el cerebro y en el sistema nervioso central. Entre los numerosos síntomas de intoxicación por plomo se cuenta la ceguera, la insuficiencia renal, el cáncer, la parálisis, el insomnio y las convulsiones, en su manifestación más aguda produce alucinaciones bruscas que suelen ir seguidas del coma y la muerte. Además, el plomo imita al calcio en nuestro cuerpo y es bioacumulable, es decir que se almacena en nuestros huesos y no tenemos la capacidad de eliminarlo.
Desde un principio el combustible fue un éxito y ante la enorme demanda del compuesto, la Ethyl Company construyó una nueva planta química para producir tanto tetraetilo de plomo como fuese posible. Al poco tiempo de inaugurada la planta, algunos trabajadores comenzaron a enfermar y padecer síntomas de intoxicación por plomo, pero la empresa mantenía una política hermética y lograba silenciar las comprometedoras noticias de filtraciones, derrames y envenenamientos. Hasta que en 1924 cinco trabajadores murieron en un taller mal ventilado en cuestión de días, y otros 35 enfermaron de gravedad, la compañía intentó silenciar la noticia, pero finalmente salió a la luz.
Para calmar al público, Migdley convocó a la prensa e hizo una demostración de lo “seguro” que era el compuesto, coloco TEL en su mano y lo inhalo durante un minuto, afirmando que podía hacerlo diariamente sin consecuencias, y dijo que los trabajadores habían enfermado por no cumplir con las normas de seguridad. Paralelamente, la Ethyl Company lanzó una poderosa campaña para negar las acusaciones sobre la toxicidad del compuesto.

Sin embargo, estaban conscientes de que estaban comercializando un producto altamente tóxico. Migdley había pasado la mayor parte del 1923 rehabilitándose de intoxicación por plomo y evitaba acercarse a su invento, aunque hizo una excepción para calmar a la sociedad.
La Compañía no negaba los efectos nocivos del plomo, era imposible hacerlo; pero argumentaba que la exposición en bajas concentraciones no genera daños a la salud. Bajo una gran presión de las empresas implicadas, el Director General de Salud Pública de Estados Unidos se convenció de que los efectos del tetraetilo de plomo eran mínimos, y dio el visto bueno para que su producción aumente exponencialmente, diez años después el TEL estaba presente en el 90% de la gasolina comercializada en EEUU, y con el paso del tiempo se expandió a nivel mundial.
Durante décadas millones de automóviles emitieron miles de toneladas de plomo a la atmosfera, llevando la concentración del metal en el aire a niveles sin precedentes. En la década del 1940, Clair Patterson, un joven geólogo de Iowa que había trabajado en el Proyecto Manhattan, ingresó a la Universidad de Chicago para estudiar la edad de las rocas.
Recientemente el destacado físico Harrison Brown había descubierto un método bastante preciso para determinar la edad de las piedras ígneas: contar los isotopos de plomo en las rocas primigenias. Patterson dedicó su tesis de doctorado a determinar la edad del Planeta Tierra y formó equipo con George Tilton, otro estudiante. Brown, por su parte, supervisó la investigación.
Para medir la edad de La Tierra debían analizar la proporción de uranio/plomo en rocas primigenias (con el paso del tiempo el uranio de estas rocas se va deteriorando hasta convertirse en plomo, si se miden las concentraciones de ambos compuestos puede determinarse la edad de la piedra); pero para calibrar los equipos de análisis primero usaron cristales de circón cuyas edades ya conocían, cualquier partícula de plomo detectada en el circón es indefectiblemente la consecuencia del deterioro del uranio, o al menos eso era lo que suponían.
Tilton se encargó de medir la concentración de Uranio 238, mientras que Patterson midió las concentraciones de Plomo 206. Las mediciones de Tilton coincidían con lo esperado; pero los niveles de plomo eran mucho mayores a lo previsto, imposibilitando calcular la edad de las rocas. Ciertamente, las piedras estaban contaminadas con plomo, inclusive aquellas que naturalmente no contienen este metal.
Indagando, el geólogo descubrió que no solo sus muestras estaban contaminadas, sino que todo lo que analizaba contenía partículas de plomo, desde la ropa hasta el pelo. Esta situación lo llevó a crear un laboratorio totalmente estéril para evitar la contaminación de las muestras: cambió las tuberías, filtró el aire, envolvió toda la sala, lavaba con ácido hasta el más mínimo artilugio y usaba trajes especiales, por si fuera poco, nadie ajeno al equipo podía entrar al laboratorio.

En esas condiciones, Patterson siguió analizando rocas partiendo de una consideración que parecía un poco forzada, pero que resulto ser correcta: los meteoritos son básicamente restos de la construcción inicial de nuestro sistema solar y han orbitado durante millones de años manteniendo una química interna bastante prístina.
Analizando los meteoritos, en 1953 finalmente determinó la edad La Tierra: 4.550 millones de años (con un margen de error de 70 millones de años), una cifra aún valida en la actualidad. A pesar de tal hazaña, el científico había quedado muy preocupado por las concentraciones de plomo en la atmosfera, así que su siguiente proyecto fue determinar el origen de la contaminación.
Patterson no era un ingenuo, sabía que el plomo estaba presente en un sinfín de productos como las latas de conservas, las pinturas y hasta en los pesticidas de los cultivos, pero quería averiguar en qué proporción contaminaba cada uno. No le tomo mucho tiempo percatarse de que el 90% de la polución provenía de los caños de escape de los automóviles.
Mientras, la Ethyl Company aseguraba que el plomo era una parte natural de nuestro ambiente y que por lo tanto no causaba daños a la salud en bajas dosis. Además, en las últimas décadas todos los estudios sobre los efectos del plomo habían sido financiados por la industria, por lo que se mantenía la falsa creencia de que era seguro.
Para refutar a los argumentos de la industria, el geólogo recorrió el mundo recolectando muestras ambientales para analizar la concentración de plomo en la naturaleza. Primero tomo muestras del océano Pacifico y del Atlántico a diferentes profundidades, y descubrió que la concentración del metal era significativamente mayor cerca de la superficie, un indicio de que la contaminación era reciente.
Luego realizó expediciones a la Antártida y Groenlandia para analizar el hielo. Allí la nieve se acumula en capas anuales fácilmente diferenciables por el cambio de coloración del hielo, analizando cada una de esas capas pudo descubrir cómo fue aumentando la concentración de plomo en la atmosfera.
Concluyó que la cantidad del metal en el aire aumentó exponencialmente a partir del 1923 y que su concentración en la atmosfera era 1.000 veces mayor a los niveles naturales. También analizó muestras de huesos de personas de su época y lo comparó con momias de más de 1.600 años de antigüedad, así determinó que los humanos del siglo XX tenían entre 600 y 1.000 veces más plomo que sus ancestros.
En 1963 publicó sus descubrimientos en la revista Nature causando un revuelo en el mundo científico, pero la corporación Ethyl pisaba fuerte para mantener su lugar privilegiado en la industria de los hidrocarburos. Consciente de ello, Patterson se dedicó a luchar para que se elimine el plomo del combustible, una tarea nada fácil.

Pronto el científico sufrió los embates de la industria, le retiraron parte de los fondos con los que financiaba su investigación y conseguir nuevos capitales se le tornaba una odisea. Por ejemplo, el Instituto Norteamericano del Petróleo le cancelo un contrato de investigación y lo mismo hizo el Servicio de Salud Pública estadounidense, un organismo supuestamente neutral.
También presionaron a los directivos del Instituto Tecnológico de California para que despidieran o hicieran callar a Patterson (afortunadamente la academia no dio el brazo a torcer). Se llegó al absurdo de excluirle del Consejo Nacional de Investigación del envenenamiento por plomo atmosférico, a pesar de que era indiscutiblemente el especialista más destacado del país en el área.
A pesar de los obstáculos, Patterson se mantuvo firme en su convicción y siguió denunciando las graves consecuencias de la contaminación por plomo. Finalmente, y gracias a sus esfuerzos, en 1970 se sanciono la Ley del Aire Limpio y, años más tarde, un importante estudio del pediatra Herbert Needleman probó que el plomo causa trastornos psicológicos y disminuye las facultades mentales de los niños, investigaciones de otras áreas de la salud ampliaban las pruebas sobre la toxicidad de este metal.
Ante esta evidencia irrefutable, la Agencia de Protección Ambiental estadounidense solicitó la prohibición de la gasolina con plomo en 1986, pero tuvieron que pasar otros nueve años para que finalmente se retire toda la gasolina con plomo expendida en Estados Unidos. Con el paso del tiempo, otros países adoptaron medidas similares y en 2021 Argelia se convirtió en el último país del mundo en prohibir la gasolina con plomo.
Con la prohibición del compuesto, los niveles de plomo en la atmosfera, el ambiente y las personas se han reducido sustancialmente, aunque al ser un metal bioacumulable aquellos que estuvieron expuestos durante décadas aún mantienen los mismos niveles de metal en el cuerpo. Además, en muchos países aún se comercializan pinturas con plomo u otros productos que contienen este metal, exponiendo a millones a la intoxicación por plomo.
Migdley y Patterson nunca se conocieron en vida, el ingeniero de la General Motors murió cuando Patterson comenzaba a investigar la edad del planeta. Migdley se ganó el apodo del “inventor más dañino de la historia” porque, además de ser el creador de la gasolina con plomo, inventó el “Freón 12”, un gas refrigerante y propelente que abrió un agujero en la capa de ozono y aumentó el efecto invernadero.

