
El mundo digital es un lugar fascinante, casi tan alucinante como el planeta Tierra. Por su enorme relevancia en la civilización moderna, el mundo digital se inserta como uno de los cimientos de la humanidad del siglo XXI, es mucho más que un mero reflejo de la sociedad o un lugar para el intercambio de información. Hoy, la humanidad está totalmente subordinada al planeta virtual. Preguntémonos ¿Cuántas crisis se desatarían con la extinción total del mundo digital?
Actualmente, somos testigos del gran Big Bang del universo digital, su expansión es exponencial y cada vez absorbe más prácticas humanas, más tiempo de vida de miles de millones de personas, planteando un horizonte incierto. Para tomar noción del asunto, tengamos en cuenta que a día de hoy hay más de 5.400 millones de personas conectadas a internet, es decir: el 67% de la población mundial. Asimismo, los datos indican que en Latinoamérica los internautas pasamos cerca de un tercio del día navegando por el mundo digital.
Aunque definir al planeta virtual es casi tan complejo como explicar qué es la Tierra, podemos afirmar inequívocamente que el mundo digital es un lugar fascinante. En este mundo todos gozamos de una embarcación que nos permite brincar de una isla a otra en cuestión de segundos, algunas islas son extremadamente alegres, otras son sumamente interesantes o entretenidas; pero en cuestión de clics podemos sumergirnos en lugares verdaderamente perturbadores, siniestros, oscuros y peligrosos. También podemos asegurar que actualmente el mundo digital se constituye como el pilar fundamental de miles de millones de vidas, pensemos ¿Cuántos de nuestros conocidos se ganan el sueldo en internet? O ¿Cuántos se lo gastan allí? Vayamos más allá: ¿Cuántos se han emparejado a través de la red?; ¿Cuántos niños han nacido fruto de ese emparejamiento?; ¿Cómo influye el mundo digital en la crianza de esos niños?
La primera conclusión salta a la vista, el mundo digital se inserta como uno de los cimientos de la civilización del siglo XXI. Sin embargo, a diferencia de otros pilares base, el digital es inestable y está evolucionando constante y rápidamente, transformando a la humanidad en el proceso. En la Infocracia, Byung Chul-Han sostiene que vivimos en el régimen de la información, aquí las personas se sienten libres y creativas, pero en realidad no lo son. La información es la única verdaderamente libre.

Este “tsunami de información desata fuerzas destructivas”, advierte Han, y puntualiza que, como la información carece de estabilidad temporal, fragmenta la percepción, ya que es imposible detenerse en la información y entonces nos quedamos sin tiempo para la racionalidad. Esto genera un aturdimiento por la excesiva cantidad de información que nos llega, una avalancha de datos que difumina la línea divisoria entre la verdad y la mentira, desencadenando una desconfianza generalizada en la sociedad.
“Hoy estamos bien informados pero desorientados, -a diferencia de la verdad- la información no tiene capacidad orientativa”, subraya el autor y alerta que actualmente la sociedad esta atomizada y dividida en miles de pequeñas burbujas que no se comunican entre sí, erosionando la cohesión social. Este contexto pone en crisis al status quo social y político, como la democracia misma, que no ha logrado metabolizar la abrupta transformación suscitada por el universo digital.
Otra de las conclusiones que saltan a la vista es que el mundo virtual complicó notablemente las relaciones sociales, complejizó la comunicación, abrió un abanico de posibilidades inexistentes en la era pre digital y creó enfermedades y patologías médicas que son únicamente propias del planeta digital.
Una de las mayores complicaciones cognitivas a la hora de analizar el universo virtual es que, más allá de los dispositivos que funcionan como embarcaciones para navegar por este mundo, el planeta digital es intangible y nos resulta una odisea mental tomar dimensión de todo lo que significa. Por eso, a menudo pasa desapercibida la gigantesca huella que el mundo virtual deja en la naturaleza. Lo cierto es que el planeta digital es totalmente dependiente del mundo natural: millones de kilómetros de cableado submarino, decenas de satélites orbitando la Tierra, gigantescos edificios que funcionan como data centers, usinas eléctricas y miles de millones de dispositivos interconectados forman el conjunto que forja al mundo virtual. Sin dudas, todo ello requiere de una gran cantidad de recursos para funcionar.
La expansión constante y rápida del mundo digital acelera el ritmo de la civilización, y esta métrica tan acelerada repercute visiblemente en la naturaleza. Por ejemplo, entre el 2000 y el 2020 la extracción de cobre, elemento imprescindible en la electrónica, aumentó un 63% a nivel mundial y, en general, la explotación minera crece año tras año. Ahora, ante el agotamiento de muchos yacimientos continentales, las mineras comienzan a realizar explotaciones submarinas y, según estimaciones, para 2050 la demanda de minerales será cuatro veces mayor a la actual.
Esta situación profundiza el voraz apetito por los recursos y agudiza la presión extractivista sobre la naturaleza. En muchos países las corporaciones mineras desembolsan millones de dólares en lobby para inferir en las normativas ambientales, flexibilizar las leyes que protegen a la naturaleza o avanzar impunemente violando la legislación vigente, muchas veces avasallando los derechos de los ciudadanos y pobladores directamente afectados por determinado proyecto.
En casos más extremos, operan con milicias que explotan los yacimientos ilegalmente. Por ejemplo, el 20% de la exportación de cobalto de la República Democrática del Congo proviene de la minería ilícita, varios clanes controlan centenas de minas donde el trabajo forzoso y la explotación infantil son una constante. Por su parte, en Colombia cerca del 60% de las minas de oro son explotadas ilegalmente, sin reparo alguno por la contaminación característica de la actividad. A su turno, las empresas operan como intermediarias en el mercado mundial.

La ultima revolución verdaderamente importante del mundo digital fue el apogeo de la Inteligencia Artificial –IA-, pero su contracara es que aumentó exponencialmente la sed energética del planeta virtual. Aunque los gigantes tecnológicos sostienen a viva voz que tienen el objetivo de ser cada vez más eficientes y reducir las emisiones y la demanda de recursos, los números muestran que la presión del universo digital sobre la naturaleza crece sin impedimentos.
Microsoft, dueña de un 75% de OpenAI, aumentó un 34% su consumo de agua en 2022, el año en que apareció ChatGPT, al respecto, una investigación de la Universidad de California detalla que uno de los data centers que hace funcionar a GPT4 consume unos 6.400 millones de litros de agua anuales, cantidad suficiente para abastecer a más de 48.000 personas en el mismo periodo. Por su parte, Google aumentó un 48% sus emisiones de Gases de Efecto Invernadero entre 2019 y 2023, desde la empresa explicaron que este drástico aumento se debe al auge de la IA, ya que su funcionamiento requiere muchos más recursos y energía que las herramientas ‘convencionales’.
Por si fuera poco, las ilimitadas actualizaciones del plano digital dejan obsoletos a dispositivos electrónicos que, aunque siguen funcionando, ahora son ‘incompatibles’ con el sistema virtual. Asimismo, la gran mayoría de los aparatos están diseñados con obsolescencia programada, es decir: con una vida útil predeterminada.
El drástico aumento de la basura electrónica es una de las consecuencias más evidentes de esta ecuación. En 2022, la humanidad generó cerca de 62 millones de toneladas de residuos electrónicos, y la cifra aumenta en 2.6 millones de toneladas anuales, mientras que su reciclaje roza el 10%. Millones de toneladas de basura electrónica son vertidas en basurales a cielo abierto, incineradas por los chatarreros o exportadas ilegalmente hacia naciones vulnerables. En un basural electrónico podemos hallar un sinfín de elementos, un teléfono puede poseer hasta 40 sustancias tóxicas, mientras que su batería puede contaminar hasta 600.000 litros de agua. Los efectos negativos de la basura electrónica son verdaderamente graves.

Por su parte, Claudia Briones percibe que “la sociedad está en un proceso de algoritmización” y destaca cómo los softwares han sido utilizados en las campañas electorales de los últimos años para inclinar a los votantes en una dirección determinada según su perfil. Al respecto, Han advierte que “la tecnología de la información hace de la comunicación un medio de vigilancia: cuantos más datos generemos, cuanto más nos comuniquemos, más eficaz será la vigilancia”. Briones matiza sugiriendo que “el problema no parece ser la tecnología, sino lo que nos dejamos hacer con ella”.
A pesar de que las consecuencias ambientales del pequeño mundo digital son notables e innegables, en este contexto tan desconcertante parece que no nos queda tiempo para hablar de los derechos de la naturaleza. Y aunque muchos si nos detenemos a reflexionar acerca de los derechos ambientales, pareciera que el concepto de la naturaleza como sujeto de derechos no trasciende la burbuja ambientalista, y no es coincidencia. Han sugiere que la comunicación enfrenta una crisis por el hecho de que el otro está en trance de desaparición, y la expulsión del otro refuerza la compulsión de autoadoctrinarse con las propias ideas. Preguntémonos ¿Cuan abierto estoy a las ideas lejanas a las mías? ¿El mundo digital facilita que esas opiniones lleguen a mí o lo dificulta? ¿Estoy dispuesto a que mis ideas sean puestas en tela de juicio? De ser así ¿Estoy preparado para defender o corregir mi opinión?
Si Han sostiene que en la Infocracia las personas sienten que son libres, pero que en realidad la información es la única verdaderamente libre. Desde mi posición puedo sugerir que en el “liberalismo” actual de la economía las personas no son libres, sino que están subordinadas a la libertad del capital.
Así, mientras el gobierno nacional impulsa la baja en la edad de imputabilidad y recrudece las penas judiciales sin atender las causas estructurales de la delincuencia, en simultaneo flexibiliza la legislación ambiental y otorga vía libre a la explotación de la naturaleza. Mientras que un joven es condenado a varios años efectivos por un delito menor, los vecinos de Jáchal en San Juan llevan nueve años esperando el juicio contra la Barrick Gold por el “mayor derrame minero de la historia argentina”.
Ante lo descripto anteriormente, podemos concluir que el mundo digital deja una gigantesca y notable huella en el planeta natural. Se inscribe en los cimientos de la civilización del siglo XXI, transformando a la sociedad en el proceso y desencadenando cambios estructurales que el orden social no ha logrado metabolizar. En paralelo, la explotación de los recursos naturales que el universo virtual requiere para funcionar deja una enorme marca en la naturaleza, mientras que las millones de toneladas de basura electrónica dejan una grave huella tóxica en el ambiente. Pronto nuestra era se convertirá en pasado, y los libros de historia hablaran del protagónico rol del mundo digital en nuestra civilización.
Foto de portada: Freepik.

